El amigo Diego Lerer en su blog Micropsia (que forma parte del
sitio Otros Cines) hace un análisis crítico (valga la redundancia) de la
crítica cinematográfica local. Según Diego, los nuevos cronistas del cine han
dejado de lado los análisis profundos de los films cayendo no solo en la
simplificación al momento de escribir sino también en cierto amiguismo con
directores, jefes de prensa y distribuidores que los convierten en periodistas
con cierto espíritu liviano al momento de realizar una reseña o comentario de
un estreno. Realmente no conozco a ese tipo de críticos, porque en verdad
cuando quiero leer algo acerca de un estreno voy hacia Otros Cines o sitios
similares que, aunque a veces no comparta todos sus puntos de vista, entiendo
que proponen un análisis serio de las películas que se estrenan.
El artículo en cuestión a su vez recibió una cantidad de comentarios de
lectores precupados por el estado de las cosas en la crítica cinematográfica
argentina.
Ese pequeño debate me ha llevado a pensar algo al respecto, que no tiene
que ver solamente con los críticos sino con el estado del cine. En principio me
parece que se ha relativizado el poder del crítico ante la opinión pública, la
incidencia de un cronista cinematográfico ya no es la misma de años atrás. Es
que los medios electrónicos como las redes sociales no solo han modificado esto
sino también la manera de ver y leer el cine en toda su dimensión. El cine hoy llega de tantas maneras
diferentes al público que el crítico ha perdido la oportunidad de interceder
entre esa llegada y el espectador, porque el mismo espectador se ha
transformado en el elector-crítico de lo que ve. Entonces estos nuevos críticos
o trabajadores de la prensa cinematográfica con mas vocación de escribir un
tuit que un ensayo se acomodan perfectamente a este escenario.
Los análisis sesudos ya no sirven ni para el último descubrimiento coreano
ni para el nuevo nuevo nuevo cine argie. La crítica se banaliza como se
banaliza la política o cualquier análisis filosófico en tiempos de facebook y
del pensamiento de coyuntura instalado en twitter. Lo que sucedió hace media
hora ya forma parte de un pasado lejano. Los films poco a poco pasarán a ser
objetos vetustos que poca gente querrá ver por más de tres o cuatro minutos. Y
los cineastas al igual que los críticos lentamente tendremos que modificar las
formas de hacer y pensar el cine.
El concepto de espectáculo como lo conocíamos quienes ya pasamos largamente
la cuarta década se ha transformado tanto que nos toma desprevenidos en la
construcción y ensamblaje de cada una de las piezas en que se sostiene ese
espectáculo. De por sí el cine espectacular ya ni siquiera es el cine en 3D, en
mi Ipad tengo la posibildad de ponerle una aplicación para grabar y ver en 3D
el cumpleaños de mi hijo o el pic nic del día de la primavera. Lo espectacular
ya excede la trama, el tipo de producción o la calidad de proyección. Lo
espectacular sigue estando donde siempre estuvo, pero con la diferencia que
algunas expresiones tradicionalmente espectaculares (como el cine) deben
replantearse este aspecto para sobrevivir manteniendo su esencia. Y en este
sentido creo que los críticos deben seguir el mismo camino o al menos acompañar
este nuevo camino que apenas hoy se insinúa.
Ultimamente paso bastante tiempo escribiendo y dirigiendo teatro y esto
me ha dado una perspectiva del cine totalmente distinta a la que tenía hasta no
hace mucho, y que tiene que ver con el concepto de lo espectacular del que
hablaba antes. Las reglas del lenguaje teatral podríamos decir que son
milenarias. La base de la dramaturgia moderna ya la estableció Aristóteles en
su Poética. Pero pese a lo que uno pueda pensar del teatro en cuanto a su
antigüedad, es una expresión que hoy se mantiene más viva que el cine ya que ha
superado todas las crisis a las que se podía enfrentar, muchas de ellas en el
siglo XX, como la aparición del cine y luego de la televisión. El teatro
mantiene el encanto del vivo, algo que justamente el cine vino a reemplazar. El
vivo aquí y ahora fue reemplzado por el tiempo detenido en la pantalla y que
podía verse de manera simultánea aquí, allá y en todas partes. La
reconstrucción de lo real en el cine le daba la verosimilitud que el artificio
teatral tira por tierra. El cine llegó para modernizar las artes escénicas y
para que ellas empiecen a ser esclavas del mismo cine. Los dramaturgos
comenzaron a escribir para cine, las estrellas de teatro se transformaron en
estrellas de cine y el teatro tuvo y tiene adaptaciones para el cine de sus más
grandes obras hastas las más desconocidas. Pero también se ha dado una
simbiosis de ida y vuelta, tal es asi que hoy en la cartelera comercial porteña
nos podemos encontrar con tres o cuatro obras que están basadas en películas,
algunas famosas y taquilleras y otras que casi ni recordamos su estreno, pero
más allá de este detalle de color, lo que quiero decir es que mientras el
teatro (clásico, moderno, de vanguardia, oficial, comercial, off) se mantiene
vivo luego de cientos de años, el cine que apenas entró en su segundo siglo ya
parece exponer claras muestras de agotamiento. Y este agotamiento contamina a
todos los actores que intervienen en el proceso de producción-difusión de la
obra, incluida la crítica. Y al tratar de encontrarle una respuesta a este
interrogante se me ocurre que el agotamiento se da por la previsibilidad, algo
de lo que justamente carece el teatro, donde la gente sabe que no hay dos
funciones iguales y que el actor que está delante de ellos no debe equivocarse,
debe decir la letra como está prevista y debe accionar en el escenario de la misma
manera cada función. Sabemos que los actores están ahí, en vivo, como así
también el operador que apaga y enciende las luces. ¿Qué quiero decir con esto?
Que el público acepta la convención del teatro pero sabiendo interiormente que
todo puede fallar o modificarse porque todo depende del factor humano que se
desarrolla aquí y ahora: lo imprevisible. Y este plus es algo que no se da en el
cine, pero que el cine ha reeemplazado por la originalidad de las tramas, por
las sorpresas y giros inesperados, por las propias estructuras de los géneros o
por lo desentrañable que pueden o podían ser algunas películas de “autor”. Pero
algo se ha perdido, ya que hoy el público de cine saca su entrada consciente de
lo que va a ver y conociendo la trama (¡y hasta el final!) antes de entrar a la
sala. Y como ya no les preocupa saber el desarrollo de la historia antes de ver
el primer fotograma, es lógico que la crítica se haya banalizado en la misma
dirección. ¿Y por qué sucede esto? La respuesta es obvia: la hipercomunicación
digital y las redes han aportado a la previsibilidad. Las sorpresas cada vez
son menores, como son menores los reductos críticos que analizan –justamente-
las pocas sorpresas. Ahora bien ¿hay un cambio en el paradigma cinematográfico
contemporáneo? Por supuesto que lo hay y todos los actores que formamos o
intentamos formar parte de esto debemos acomodarnos y encontrar nuestro
espacio.
Entonces ¿Podremos recuperar en el cine lo imprevisible? Es una tarea
difícil ya que la necesidad imperiosa de la gente a devorar cierta información
nos imposibilita contar con espectadores puros o vírgenes (no se si es el
término justo). Esto da como resultado una conducta nueva ante el evento
cinematográfico, más desprejuiciada, más desfachatada y hasta quizás más
adulta. Se le ha perdido respeto al cine, sino nadie se bajaría una película
para verla en una pantalla de 14 pulgadas de su notebook y eso en alguna medida
hay que asumirlo como una victoria del espectador pero también de las películas
que han logrado mantenerse o permanecer en las más variadas formas, aunque no
sean las que los que hacemos cine preferimos ni las que critican el cine
prefieren. Pero es estúpido querer modidicar estas nuevas formas de consumir o
digerir el cine. La industria discográfica logra subsistir a partir de los
recitales (eventos únicos e irrepetibles, como el teatro) o ante el regreso del
vinilo, un objeto que es imposible de piratear o de escuchar de otra manera que
no sea en una bandeja giradiscos. El cine en cambio todavía no encontró como
darle batalla a esa fuga que se da a través de las redes y con la que nos
encontramos en los top manta de un vendedor callejero.
En este sentido quien ha dado algunos pasos en adelantarse a lo que
vendrá es Peter Greeneway y sus proyecciones como VJ en pantallas gigantes ante
una gran cantidad de espectadores, acompañado de música y su presencia en vivo.
En una de sus presentaciones Greeneway definió a eso como el cine del futuro y
si bien puede sonar
pedante (como todo lo que hace Greenaway) no deja de tener un poco de
razón.
Hace unos días (y sin pretender emular a Greeneway) proyecté a cuatro
pantallas, con actores, música en vivo y yo mismo como presentador, una
película que acabo de terminar, es un ensayo cinematográfico y que me permite
presentarlo con interrupciones y que sea intervenido por un músico, por los
mismos actores o por mis palabras. La experiencia fue estimulante porque la
película se transformó en un evento distinto, en un espacio y un contexto
diferente que me alejaba de la sala, de la proyección convencional pero me
acercaba a la gente desde un lugar más personal en donde todos sabíamos que ese
hecho que tenía un sustento cinematográfico lo estábamos viviendo juntos y por
única vez.
Ahora bien, esta anécdota no deja de ser eso, una anécdota en la
búsqueda de de otras formas. Entonces de
la misma manera que el crítico se pude replantear su lugar en este medio yo
también me planteo que debo buscar o renovar mi cine desde cada instancia, ya
sea desde la escritura del guión hasta el evento en donde ese film deba
proyectarse.
Desde estas perspectivas pienso al cine desde dos corredores o
carreteras diferentes, por un lado:
-
un cine que se aleje del cine que conocemos pero que
no deje de serlo, un cine que pueda pensarse como un gran espectáculo, como se
piensa un partido de fúbol en un estado o un recital de rock en un ámbito
similar.
-
Un cine que vuelva a los orígenes de cierta narrativa
clásica pero sin renunciar a los avances del lenguaje ni a las nuevas
tecnologías aplicadas en la construcción de las películas contemporáneas. Creo
que el cine de género es uno de los lugares que deberíamos volver a investigar
en el cine argentino contemporáno.
Y como esto es una especie de tesis me propongo tratar de corroborarla
prácticamente, hacia allí me dirigiré con la imprevisibilidad que al menos en
nuestras cabezas siempre existe.
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