jueves, 29 de agosto de 2013

El fin de la crítica o el fin de un modelo




El amigo Diego Lerer en su blog Micropsia (que forma parte del sitio Otros Cines) hace un análisis crítico (valga la redundancia) de la crítica cinematográfica local. Según Diego, los nuevos cronistas del cine han dejado de lado los análisis profundos de los films cayendo no solo en la simplificación al momento de escribir sino también en cierto amiguismo con directores, jefes de prensa y distribuidores que los convierten en periodistas con cierto espíritu liviano al momento de realizar una reseña o comentario de un estreno. Realmente no conozco a ese tipo de críticos, porque en verdad cuando quiero leer algo acerca de un estreno voy hacia Otros Cines o sitios similares que, aunque a veces no comparta todos sus puntos de vista, entiendo que proponen un análisis serio de las películas que se estrenan.
El artículo en cuestión a su vez recibió una cantidad de comentarios de lectores precupados por el estado de las cosas en la crítica cinematográfica argentina.
Ese pequeño debate me ha llevado a pensar algo al respecto, que no tiene que ver solamente con los críticos sino con el estado del cine. En principio me parece que se ha relativizado el poder del crítico ante la opinión pública, la incidencia de un cronista cinematográfico ya no es la misma de años atrás. Es que los medios electrónicos como las redes sociales no solo han modificado esto sino también la manera de ver y leer el cine en toda su dimensión.  El cine hoy llega de tantas maneras diferentes al público que el crítico ha perdido la oportunidad de interceder entre esa llegada y el espectador, porque el mismo espectador se ha transformado en el elector-crítico de lo que ve. Entonces estos nuevos críticos o trabajadores de la prensa cinematográfica con mas vocación de escribir un tuit que un ensayo se acomodan perfectamente a este escenario.
Los análisis sesudos ya no sirven ni para el último descubrimiento coreano ni para el nuevo nuevo nuevo cine argie. La crítica se banaliza como se banaliza la política o cualquier análisis filosófico en tiempos de facebook y del pensamiento de coyuntura instalado en twitter. Lo que sucedió hace media hora ya forma parte de un pasado lejano. Los films poco a poco pasarán a ser objetos vetustos que poca gente querrá ver por más de tres o cuatro minutos. Y los cineastas al igual que los críticos lentamente tendremos que modificar las formas de hacer y pensar el cine.
El concepto de espectáculo como lo conocíamos quienes ya pasamos largamente la cuarta década se ha transformado tanto que nos toma desprevenidos en la construcción y ensamblaje de cada una de las piezas en que se sostiene ese espectáculo. De por sí el cine espectacular ya ni siquiera es el cine en 3D, en mi Ipad tengo la posibildad de ponerle una aplicación para grabar y ver en 3D el cumpleaños de mi hijo o el pic nic del día de la primavera. Lo espectacular ya excede la trama, el tipo de producción o la calidad de proyección. Lo espectacular sigue estando donde siempre estuvo, pero con la diferencia que algunas expresiones tradicionalmente espectaculares (como el cine) deben replantearse este aspecto para sobrevivir manteniendo su esencia. Y en este sentido creo que los críticos deben seguir el mismo camino o al menos acompañar este nuevo camino que apenas hoy se insinúa.
Ultimamente paso bastante tiempo escribiendo y dirigiendo teatro y esto me ha dado una perspectiva del cine totalmente distinta a la que tenía hasta no hace mucho, y que tiene que ver con el concepto de lo espectacular del que hablaba antes. Las reglas del lenguaje teatral podríamos decir que son milenarias. La base de la dramaturgia moderna ya la estableció Aristóteles en su Poética. Pero pese a lo que uno pueda pensar del teatro en cuanto a su antigüedad, es una expresión que hoy se mantiene más viva que el cine ya que ha superado todas las crisis a las que se podía enfrentar, muchas de ellas en el siglo XX, como la aparición del cine y luego de la televisión. El teatro mantiene el encanto del vivo, algo que justamente el cine vino a reemplazar. El vivo aquí y ahora fue reemplzado por el tiempo detenido en la pantalla y que podía verse de manera simultánea aquí, allá y en todas partes. La reconstrucción de lo real en el cine le daba la verosimilitud que el artificio teatral tira por tierra. El cine llegó para modernizar las artes escénicas y para que ellas empiecen a ser esclavas del mismo cine. Los dramaturgos comenzaron a escribir para cine, las estrellas de teatro se transformaron en estrellas de cine y el teatro tuvo y tiene adaptaciones para el cine de sus más grandes obras hastas las más desconocidas. Pero también se ha dado una simbiosis de ida y vuelta, tal es asi que hoy en la cartelera comercial porteña nos podemos encontrar con tres o cuatro obras que están basadas en películas, algunas famosas y taquilleras y otras que casi ni recordamos su estreno, pero más allá de este detalle de color, lo que quiero decir es que mientras el teatro (clásico, moderno, de vanguardia, oficial, comercial, off) se mantiene vivo luego de cientos de años, el cine que apenas entró en su segundo siglo ya parece exponer claras muestras de agotamiento. Y este agotamiento contamina a todos los actores que intervienen en el proceso de producción-difusión de la obra, incluida la crítica. Y al tratar de encontrarle una respuesta a este interrogante se me ocurre que el agotamiento se da por la previsibilidad, algo de lo que justamente carece el teatro, donde la gente sabe que no hay dos funciones iguales y que el actor que está delante de ellos no debe equivocarse, debe decir la letra como está prevista y debe accionar en el escenario de la misma manera cada función. Sabemos que los actores están ahí, en vivo, como así también el operador que apaga y enciende las luces. ¿Qué quiero decir con esto? Que el público acepta la convención del teatro pero sabiendo interiormente que todo puede fallar o modificarse porque todo depende del factor humano que se desarrolla aquí y ahora: lo imprevisible. Y este plus es algo que no se da en el cine, pero que el cine ha reeemplazado por la originalidad de las tramas, por las sorpresas y giros inesperados, por las propias estructuras de los géneros o por lo desentrañable que pueden o podían ser algunas películas de “autor”. Pero algo se ha perdido, ya que hoy el público de cine saca su entrada consciente de lo que va a ver y conociendo la trama (¡y hasta el final!) antes de entrar a la sala. Y como ya no les preocupa saber el desarrollo de la historia antes de ver el primer fotograma, es lógico que la crítica se haya banalizado en la misma dirección. ¿Y por qué sucede esto? La respuesta es obvia: la hipercomunicación digital y las redes han aportado a la previsibilidad. Las sorpresas cada vez son menores, como son menores los reductos críticos que analizan –justamente- las pocas sorpresas. Ahora bien ¿hay un cambio en el paradigma cinematográfico contemporáneo? Por supuesto que lo hay y todos los actores que formamos o intentamos formar parte de esto debemos acomodarnos y encontrar nuestro espacio.
Entonces ¿Podremos recuperar en el cine lo imprevisible? Es una tarea difícil ya que la necesidad imperiosa de la gente a devorar cierta información nos imposibilita contar con espectadores puros o vírgenes (no se si es el término justo). Esto da como resultado una conducta nueva ante el evento cinematográfico, más desprejuiciada, más desfachatada y hasta quizás más adulta. Se le ha perdido respeto al cine, sino nadie se bajaría una película para verla en una pantalla de 14 pulgadas de su notebook y eso en alguna medida hay que asumirlo como una victoria del espectador pero también de las películas que han logrado mantenerse o permanecer en las más variadas formas, aunque no sean las que los que hacemos cine preferimos ni las que critican el cine prefieren. Pero es estúpido querer modidicar estas nuevas formas de consumir o digerir el cine. La industria discográfica logra subsistir a partir de los recitales (eventos únicos e irrepetibles, como el teatro) o ante el regreso del vinilo, un objeto que es imposible de piratear o de escuchar de otra manera que no sea en una bandeja giradiscos. El cine en cambio todavía no encontró como darle batalla a esa fuga que se da a través de las redes y con la que nos encontramos en los top manta de un vendedor callejero.
En este sentido quien ha dado algunos pasos en adelantarse a lo que vendrá es Peter Greeneway y sus proyecciones como VJ en pantallas gigantes ante una gran cantidad de espectadores, acompañado de música y su presencia en vivo. En una de sus presentaciones Greeneway definió a eso como el cine del futuro y si bien puede sonar
pedante (como todo lo que hace Greenaway) no deja de tener un poco de razón.
Hace unos días (y sin pretender emular a Greeneway) proyecté a cuatro pantallas, con actores, música en vivo y yo mismo como presentador, una película que acabo de terminar, es un ensayo cinematográfico y que me permite presentarlo con interrupciones y que sea intervenido por un músico, por los mismos actores o por mis palabras. La experiencia fue estimulante porque la película se transformó en un evento distinto, en un espacio y un contexto diferente que me alejaba de la sala, de la proyección convencional pero me acercaba a la gente desde un lugar más personal en donde todos sabíamos que ese hecho que tenía un sustento cinematográfico lo estábamos viviendo juntos y por única vez.
Ahora bien, esta anécdota no deja de ser eso, una anécdota en la búsqueda de de otras formas.  Entonces de la misma manera que el crítico se pude replantear su lugar en este medio yo también me planteo que debo buscar o renovar mi cine desde cada instancia, ya sea desde la escritura del guión hasta el evento en donde ese film deba proyectarse.
Desde estas perspectivas pienso al cine desde dos corredores o carreteras diferentes, por un lado:
-       un cine que se aleje del cine que conocemos pero que no deje de serlo, un cine que pueda pensarse como un gran espectáculo, como se piensa un partido de fúbol en un estado o un recital de rock en un ámbito similar.
-       Un cine que vuelva a los orígenes de cierta narrativa clásica pero sin renunciar a los avances del lenguaje ni a las nuevas tecnologías aplicadas en la construcción de las películas contemporáneas. Creo que el cine de género es uno de los lugares que deberíamos volver a investigar en el cine argentino contemporáno.

Y como esto es una especie de tesis me propongo tratar de corroborarla prácticamente, hacia allí me dirigiré con la imprevisibilidad que al menos en nuestras cabezas siempre existe.

jueves, 8 de agosto de 2013

ESTA OTRA CIUDAD, EL AIRE QUE HOY RESPIRAMOS


Es cierto que la ciudad te mira, que la ciudad te construye.
Hoy Rosario nos confronta, nos desafía, como si esas historias de ficción se hicieran realidad en el lugar en el que nadie hubiera querido pensar.
No sentí el cimbronazo, no escuché el ruido y estoy a 8 cuadras. Tardé en darme cuenta, un par de llamadas telefónicas y luego la televisión y la sorpresa que aumentaba con las horas que pasaban. 
Viví 10 años a media cuadra de ese lugar. Tomé mates y cerveza en uno de esos departamentos.
Camino 2 o 3 veces por semana por esas veredas.
La sensación de haber estado ahí, de pensarnos parte y de que el aire se respira hoy de otra manera.
Ayer, hoy, pasé cerca, pero no mucho.
Hoy, ahora, parece que lo que hacemos tiene otra densidad
Rosario tiene eso, la escala humana, esa idea de que todos nos conocemos aunque no nos conozcamos. Las fotos, los rostros nos resuenan en la cabeza, creemos haberlos cruzado y seguramente lo hemos hecho, porque la distancia entre ellos y nosotros es ínfima.
Tengo un plano en mi película Lejos de París, un travelling desde arriba de un auto por Salta cruzando Oroño hacia Balcarce, el plano se corta exactamente cuando está por pasar por ese edificio. Boludeces. Un hueco gigante, la Zona Cero decían unos medios, y los vínculos no podían dejar de remitirnos o otras zonas cero pero la cercanía nos marca y nos conmueve con otra intensidad.
Miro la tv y no entiendo por qué justamente hoy hay programas de humor y estúpidos a la media noche. 300 km son suficientes para que la piel no sienta lo mismo.
Ninguna tragedia es mayor o menor, solo son tragedias pero no me gusta verlo al analista policial de la teve porteña hacer elucubraciones sobre culpabilidades o responsabilidades. ¿Qué sentido tiene? y entonces todo se vuelve vulgar, todo cae en la bolsa del morbo, de estadísticas, de cuerpos encontrados, de muertos no declarados o de sobrevivientes milagrosos.
La sensación de finitud, de una tristeza que evidentemente no tiene fin aunque en unos días podamos salir a un bar y emborracharnos o festejar cumpleaños o el triunfo de un equipo de fútbol. 
Una fuerza misteriosa cayo sobre esta puta ciudad, como si Bane con su máscara hubiera atentado contra nuestra ciudad gótica. Pero no, no hubo terroristas ni archivillanos a quienes echarle culpas. No, hemos sido nosotros los que atentamos contra nosotros. Un gasista y su impericia, un conductor de trenes que se queda dormido, un imbécil que prende una bengala. No tenemos los villanos al acecho, pero tampoco tenemos los súper héroes que estén atentos a salvarnos. Solo estamos nosotros, con este sabor raro y extraño que llevamos puesto desde hace dos días y que no podremos olvidar.