lunes, 31 de diciembre de 2012

CANCION DE LA CIUDAD DESNUDA (texto de Lejos de Paris)


Leer con la música que aquí se adjunta: https://soundcloud.com/gposti/canci-n-de-la-ciudad-desnuda

Despiadada noche, música del aire y los edificios que caen lentamente, como una canción. La canción del cemento, de los autos, del sonido que aturde, como aturde el silencio cuando el televisor está apagado.
Estallidos y libros, recursos de los discos o metáfora equivocada, todo suma en la tremenda pavada.
Disimular la actitud cool, por las dudas.
Atravesar la noche y sobrevivir al recuerdo.
El ruido es incesante y necesario para dormir. El calor y los cuerpos mojados
se secan al sol que los vuelve a humedecer.
El calor derrite la ciudad y la ciudad derrite lo que sea, me derrite a mi, derrite el amor
y te deja sólo con ella.
De nuevo la ciudad y yo, tema de composición, escribir como en la primaria, acerca de la vaca, acerca de la familia o de la música que vuelve desfasada,  fuera de sincro y desafinada.
Ciudad de música, de rock, de chicas y chicos pop, de DJs. Ciudad de noche, ciudad narcótica, ciudad de cerveza y coca cola. El placer de sentir que el cuerpo se desprende de los sentidos para tener otros sentidos, esos que no se pueden escribir, que no se pueden describir, que no se pueden filmar sin caer en la obviedad.
El goce de lo secreto, de lo imposible.
Y ahí están ellas, las tetas, que siempre esperan, me esperan con la sensualidad que sólo otorga el deseo y el recuerdo.  



jueves, 20 de diciembre de 2012

CINE

Recuerdo de Mala Sangre ese travelling con el tema Modern Love de Bowie de fondo. Una escena clásica de lo que debe haber sido el inicio de la post modernidad cinematográfica. Leos Carax ha tenido  (o tiene) esa particularidad: con unas pocas películas dejar marcas novedosas en el cine que lo colocan un poco por delante de sus contemporáneos. Mala Sangre es de mediados de los 80 y creo que para los que empezábamos a hacer cine en ese momento nos queda el recuerdo, perdón, a mi me queda el recuerdo de decirme: ¡qué buena idea!  En ese film estaban Daniel Lavant y Juliette Binoche. La pareja se repetiría unos años después en Los Amantes del Pont Neuf, otro trabajo de Carax que ya era un cineasta moda y Binoche y Lavant los íconos de esa modernidad cinematográfica.
Hace unos días vi Holy Motors, la última película de Carax luego de 13 años de no filmar un largometraje. Denis Lavant, protagonista absoluto y con un trabajo que daría envidia a cualquier actor, ya no es el joven rebelde de aquellos films, ahora es un señor de cincuenta años a los que parece que dos vidas enteras se le marcan en la cara y más transgresor que cualquiera de sus otras composiciones. Holy Motors es de esas películas que nos hacen pensar que siempre puede haber algo nuevo en el cine y que esa novedad nos puede seguir sorprendiendo y dando placer. Y otra vez el mismo pensamiento de hace treinta años atrás: ¡qué buena idea!



domingo, 2 de diciembre de 2012

FOREVER




Hay algo que está pero está afuera, hay algo que se insinúa pero no se ve ni se escucha. La sensación de que somos partícipes de un secreto, de que algo puede ser revelado pero solo si descubrimos las pistas podremos develar el secreto.
La foto es de 1962, podría ser una escena de La Caldera del Diablo, pero claro, quien se acuerda hoy de La Caldera del Diablo o de Peyton Place, es como hablar de un wincofon. Un wincofon del que seguramente salía la música con la que están bailando. El padre de la novia tiene mi edad hoy, pero yo parezco más joven que él. Mi abuelo siempre fue mi abuelo, con cara de abuelo, con pose de abuelo, con actitud de abuelo. Ella, la protagonista vestida de blanco esconde sus palabras, como un secreto gritado, no sabe, no imagina que esta foto se trasladará en el tiempo cincuenta años hasta el momento en que ni siquiera pueda recordar ese instante. Es como si la fotografía me dijera que ese tiempo está vivo, que hay una paradoja espacio temporal que permite que lo que allí sucede no deje de suceder nunca. El eterno retorno. Volver para volver a vivir, para evitar la muerte que siempre nos visitó en sus múltiples formas. Mis ojos se pasean por el espacio fotográfico en donde ellos están congelados pero en movimiento, lo recorre como un flâneur, buscando el gesto preciso, la mirada fuera de escena, fuera de cuadro, tratando de escuchar esa voz que apenas se intuye en una instantánea de 1962.
En esa foto hay amor pero también hay misterio, ninguno de los que allí están miran para el mismo lado, solo uno observa al fotógrafo, solo uno es consciente de la existencia de la cámara o quizás no sea la cámara, quizás sea un ser misterioso y amenzante y ellos cual personajes lynchianos hacen como que no lo ven salvo mi abuelo, porque él si sabe de ficciones, él si puede enfrentarse a los villanos, a los monstruos allende los mares o a cualquier amenaza futura. El quizás sea un espía inglés, un miembro de la masonería. Tal vez fuera un agente, como el 007 de Ian Fleming o el El espía que volvió del frío de Le Carre o simplemente nuestro hombre en Rosario que me llevó al encuentro de Graham Greene en la terraza del Asadito, de la misma manera que lo hizo con el tesoro del pirata Morgan. Pero mientras hacía de espía en el casamiento de su hija, ella y su marido se preparan para sus próximos cincuenta años juntos, sin saber lo que eso significa, sin poder pensar con anticipación que el dolor y la felicidad empiezan y terminan en el mismo momento.