sábado, 25 de agosto de 2007

JAMES BOND


El otro día me compré el fascículo con dos dvd de James Bond que sale a la venta en los kioscos de revistas. Dr. No y Otro Día Para Morir son los títulos con los que inicié una nueva colección a la Casino Royale de 1967 que está desde hace un tiempo en mi dvdteca. Pero cuando veo las películas de 007 me pregunto ¿por qué me gusta verlas? ¿qué tienen de particular?
Como films de acción no tienen algo que las distinga de la mayoría del género. Los directores en su mayoría son meros artesanos de la gran industria, algunos un poco más inspirados que otros. La saga de 007 no ha pasado ni pasará a la historia del cine por sus virtudes cinematográficas. Ni siquiera las películas de Bond se han acercado a los grandes tanques de Hollywood ya que siempre fueron de producción inglesa. Sin embargo James Bond no puede ser excluido de ningún repaso por la cultura popular del siglo XX.
A los 11 o 12 años –creo- ví por primera vez en el cine una de 007, Los diamantes son eternos, que a su vez fue la última de la saga con Sean Connery, inmediatamente quise ver todas las anteriores. Pero en aquel momento ni el dvd ni el vhs existían siquiera en la cabeza de Mr. JVC. Había que esperar y estar atento a que algún cine repusiera los primeros films. Las reposiciones de películas eran algo común en los cines de la era pre-globalización. Semana tras semana chequeaba la cartelera cinematográfica. Tuve suerte y en poco tiempo pude ver El satánico Dr. No, Desde Rusia con Amor y Operación Trueno. Entre tanto iba devorando las novelas de Ian Fleming, que si bien tenían los mismos títulos que las películas no se parecían demasiado en su trama. Mientras el Bond literario luchaba contra SMERSH, una apéndice del Servicio Secreto Soviético, vinculado con la KGB, el Bond del cine se enfrentaba con malos de acento moscovita pero que trabajaban para SPECTRE una organización criminal sin un perfil político, pero repleta de rusos. El costado conservador del agente creado por Ian Fleming no coincidía con el estado de cosas en el mundo de los 60. Entonces la imagen de James Bond se caricaturizó cargando las tintas en su costado dandy, mujeriego y sibarita. Es en ese momento en que James Bond se transforma en un personaje que representa la fantasía y los sueños secretos de muchos sin importar demasiado el tinte ideológico con el que cargue. Luego de Connery vendrá Roger Moore que siempre parece que se está riendo de sí mismo y de su personaje, Timoty Dalton (lo más olvidable de la saga), Pierce Brossnan que parece haber tomado lo mejor de Connery y Moore y ahora Daniel Craig al que intentan transformar en el Bond más humano, cruel e hiperrealista de la serie.
James Bond es un personaje demodé pero que se reconvierte permanentemente, a veces ayudado por una cara que propone un soplo de aire fresco (Brosnan y Craig), otras veces por la música y los temas originales para sus soundtracks (Paul MaCartney, Shirley Bassey, Tom Jones, Carly Simon, Sheena Easton, Duran Duran, Grace Jones, Sheryl Crow, Madonna, entre otros) o la actualización de las historias a la realidad inmediata (el conflicto con Corea del Norte en Otro día para morir).

A diferencia de los émulos de Bond de este lado del Atlántico (Bruce Willis en Duro de Matar, Harrison Ford en la saga de Tom Clancy o el reciente Matt Damon como Bourne) el personaje de 007 está por delante de la película permanentemente. El atractivo de este agente secreto es su pertenencia a una realidad que es la representación de un mundo de ficción a diferencia de otros héroes cinematográficos en que la ficción es la representación de un mundo real. El mundo de Bond sólo existe en sus películas y se instaló de esa manera en la cultura popular a partir del Dr. No, estableciendo las pautas que con sus modificaciones siguen hasta hoy. Bond es producto de los 60 y pareciera que todo lo que se inventó en aquella década tiene sello de perennidad. No es casual que hasta exista una versión lisérgica de las andanzas de 007 que se llamo Casino Royale, en donde David Niven, Peter Sellers, Woody Allen y Orson Welles comparten cartel en una película que solo pudo haber sido rodada en 1967. Para los que en algún momento tenemos un rapto de corrección política, ser incondicionales del personaje de Ian Fleming nos puede causar algunas contradicciones, pero muchos de nosotros deambulamos por nuestra adolescencia viendo esas películas donde los malos peleaban contra los buenos, James Bond era el bueno y como cierre siempre se quedaba con una chica, una chica muy pero muy bella, con la que experimentábamos nuestras más furiosas fantasías.

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