viernes, 11 de abril de 2008

LITERATURA ARGENTINA,


Hace muchos años, a principio de los 90, surgieron una camada de escritores que en aparentes veredas enfrentadas representaban lo nuevo de la literatura argentina. Cada uno de estos grupos estaba atrincherado en editoriales o en revistas o determinados suplementos culturales. Yo seguía esa interna en reportajes o críticas, ya que en esa época no conocía personalmente a ningungo de ellos. Pero como siempre coqueteé con la idea de ser escritor -o al menos intentarlo- me fuí acercando a algunas de las lecturas con las que me sentía más identificado. Bajo esas lecturas y dejando de lado mi Lettera 22 por una PC sin disco rígido escribí una novela que guardo perdida en un archivo de word. Leí varios libros de una colección de Planeta sostenida críticamente por Página 12, diario que en aquél entonces leíamos quienes creíamos ser progresistas. Habia otros libros y otros autores que no estaban en Planeta pero adherían a esa postura que enfrentaba a aquella otra. ¿Cuál era? si mal no recuerdo tenía que ver con una especie de literatura más pop versus literatura más experimental o algo así. Tal vez era como oponer a Hemingway vs. Joyce o una boludez por el estilo. Quizás la oposición que se podía plantear era Soriano vs. Saer. Y para quienes intentábamos sacar conclusiones muy básicas podíamos pensar que Soriano era pop y entretenido y Saer un gran maestro pero muy aburrido. De todas maneras intenté leer a Saer y me costaba mucho más que hacerlo con Soriano, a quien yo había descubierto muchos años antes con Triste, Solitario y Final en una edición de Editorial Bruguera.
Mi panorama de la literatura argentina paseó por Fresán (sus libros me gustaron más allá de su soberbia), Juan Forn (un nene bien que se debatía acerca de como preparar un puré chef o a que restaurante chino pedía comida), Fogwill (un gran descubrimiento), Rejtman (otro aburrido como sus películas), Laiseca (un loco divertido con quien tomé un taller de escritura), Piglia (que parece estar más allá del bien y del mal) y alguna otra lectura que ahora se me olvida.
Pero había otro grupo, de otros escritores, a los que yo no me acercaba, tal vez por cierto prejuicio provocado por la otras lecturas. Alan Pauls, Cesar Aira, Sergio Bizzio son los nombres que me acuerdo, pero también estaban otros que luego fui incorporando como el de Guebel y algunos más.
Muchos años después conocí a Guebel en la productora de su primo: Cuatrocabezas. Allí íbamos a comenzar a trabajar juntos un proyecto que luego se terminó cayendo. Guebel me cayó bien y no tenía motivos para no leer un libro suyo, pero en ese momento no lo hice. Tiempo más tarde conocí a Sergio Bizzio, en una cena que compartimos en una parrilla rosarina. Con Bizzio teníamos algunos amigos y conocidos en común. Y el tipo me cayó muy bien, posiblemente mucho mejor -estoy siendo prejuicioso- de lo que me podría haber caído Rodrigo Fresán -a quien no conozco pero he leído casi todos sus libros-. Ahí me lamenté de dejar pasar por alto algunos libros. Me propuse entonces leer algun libro de Bizzio. Pero por esas cosas del tiempo, de las urgencias y etc., no tuve ningún libro de Sergio en mis manos hasta que él mismo me regaló Rabia cuando pasó a saludar en la avant premiere de LA PELI. Una buena ocasión para saldar deudas. Siempre llevo varios libros en mi bolso cuando viajo, porque por lo general leo más de uno por vez y tengo una larga fila en espera, aunque sigo comprando libros a pesar de ello.
Estaba viajando a Pinamar a proyectar La Peli y decidí cargar con el libro de Bizzio del que había leido las primeras páginas y me habían gustado mucho. Pero sucedió un accidente: mientras esperábamos con mi amigo y actor Carloncho, en Retiro, que saliera nuestro ómnibus, un audaz chorro me quitó mi bolso y pese a que intentamos correrlo por la terminal, no pudimos alcanzarlo. No sé si al ladrón le interesaba la literatura, pero en ese bolso solo había libros, Rabia de Bizzio, Tokio Blues de Murakami, del que nunca pude avanzar más de diez páginas y paradójicamente uno de Fresan que no había leído. Cuando llegué a Pinamar fui a una librería a reponer alguno de los libros, decidí dejar de lado al japonés y a Fresán. Pero no quise comprar Rabia, fui a comprar Era el Cielo, la última novela de Bizzio de la que había leído muy buenos comentarios, pero en la librería no la tenían o no había llegado o se había agotado, entonces compré un libro de un amigo de Bizzio, Derrumbe de Daniel Guebel. Me gustó mucho y me puse contento de ir saldando deudas con un sector de la literatura argentina, pero me quedaba pendiente Bizzio. Cuando volví de Pinamar estuve encerrado en la escritura de un guión por lo cual mis lecturas -como hago habitualmente- se dirigieron a temas afines con lo que estaba escribiendo, es así que me topé con Historia del llanto de Alan Pauls, el libro me pareció uno de los mejores relatos de mi generación que haya leído y con una prosa que envidié sanamente, me hubiera gustado mucho escribir ese libro. Elipsis. Corte a:
Haciendo el recorrido que habitualmente hago una o dos veces por semana por El Ateneo de Rosario me encuentro con Era el cielo, pero también con una edición de bolsillo de Rabia, distinta a la que me habían robado. Entonces me la compré ya que si bien era el mismo libro, a su vez era distinto, no estaba comprando lo mismo aunque el interior fuera idéntico.
Debo decir que Rabia es una de las mejores novelas argentinas que he leído y lamento haber esperado tanto para hacerlo. Encontré en Rabia conexiones con algunos de los libros que más he disfutado y no me pregunten por qué y si tiene algún sentido, tampoco sé si a Bizzio le gustarán las comparaciones pero en ese magnífico personaje de María por momentos siento alguna conexión con el protagonista del El Extranjero de Camus, con un toque sutil de Fontanarrosa, con algo de Auster de la Trilogía de Nueva York y una sensación de estar viendo una gran película contada por alguien que tiene un conocimiento exacto de todos los resortes que hacen posible narrar una gran historia que comienza de una anécdota aparentemente leve y simpática para envolvernos de una manera cautivante en la verdadera condición humana llegando a la emocón desde el lugar menos pensado.
Ahora voy por Era el cielo.

1 comentario:

Roli dijo...

A Sergio lo conoci hace poco en la proyeccion que hicimos de XXY,muy buen tipo,tengo muchas ganas de leer esas cosas que comentas.

Ah,y pienso que la literatura argentina no tiene nada que envidiarle a la extranjera,orgullosamente digo que Rayuela y La Invencion de Morel son dos de mis novelas predilectas,no lei mucho de lo contemporaneo,vere que consigo.

Saludos