jueves, 24 de septiembre de 2009

el principo de algo (parte XIV)

Él se sirvió café y después le echó Johnny Walker, miró la pantalla y pensó en la herida y en la sangre y en el asfalto frío y mojado. ¿Debo salvarlo? ¿debo salvarme?
Ella seguía corriendo hacia ningún lugar o quizás hacia él. Pasa al lado de un teléfono público, de los pocos que quedaban en la ciudad aunque ella nunca había reparado en que en esa esquina había un teléfono público, quizás por eso se paró frente al aparato y de repente lo escuchó sonar y atendió. Se llevó el tubo a la oreja y escuchó "estás a tiempo de salvarlo, estamos media hora atrasadas, yo sigo viva y él debe seguir vivo, salvalo". Al decir esto cortó, era la voz de la vietnamita, sin dudas. Ella no sabía para dónde ir entonces lo llamó por teléfono. Él atendió.
¿Cómo estás?
Bien
Te van a pegar un tiro
¿Cómo lo sabés?
No lo sé, nadie me lo dijo, pero te lo tengo que avisar a vos, no quieren que te mueras, no quiero que te mueras.
Yo tampoco quiero morirme
El tiro será en una esquina en donde hay un edificio de tres pisos, la ventana del segundo está semi abierta y desde allí un francotirador te ... (él interrumpe)
Veo la ventana
Agachate!!!
El se agacha y el disparo pasa rozando su hombro izquierdo. Él corre hacia el edificio y patea la puerta, al traspasarla se da cuenta que está haciendo una estupidez, ni siquiera está armado. Volvió sobre sus pasos y miró de nuevo hacia la ventana, ya se había cerrado. Se dió cuenta que desde el teléfono la voz de ella seguía gritando.
Está todo bien dijo y colgó. Se sintió un duro de un film noir.
Entonces él se puso los auriculares y escuchó un tema de Nacho Vegas, una especie de rockandrollito español con el que se podía imaginar manejando por una carretera en un auto lleno de de drogas, alcohol y una mujer hermosa que lo obligaba a parar en el primer motel. Ahí va la letra.

Perdimos el control (Nacho Vegas)

Me agarró con fuerza de la mano. Yo sonreí e ingerí otro rohipnol. Éramos sólo dos perros abandonados; perdimos el control. Caminamos deprisa y sin rumbo. Aquel día el sol abrasaba. Cruzamos corriendo las Siete Autopistas; perdimos el control. Conocimos a una tal Amparo. Dijo: "No hay más que dolor y alivio, dolor y alivio, dolor y..." Nos guió hasta aquel cementerio de gatos en el que perdimos el control. Y quisimos salir de allí. La miré; ella balbuceó. Ocurrió algo confuso y después la perdí; habíamos perdido el control.

Y nos creímos ángeles,
y hasta ella quiso volar.
Y lo hizo tras dejarme
aquel mensaje aún por contestar:
"¿Dónde estás, corazón? ¿Te has cansado de mí? Yo estoy en el balcón y ¿sabes?, voy a saltar."
Se rió –“¡JA JA JA!”- y después se cortó.

No hice más que vagar por un tiempo. Traté de limitarme al alcohol. Intenté no sumirme en la locura o perdería el control. Conocí a una mujer en Conill. Disfrutamos del mar y del sol. Un mal día le dije: "Esto te gustará, pero perderemos el control."

Un mensaje de texto lo volvió al mundo real "te salvaste, pero la noche es larga", eso de alguna manera lo tranquilizó, la noche seguía siendo larga y todavía podía encontrarse con ella nuevamente, pero después de salvar a la vietnamita. Aunque a esta altura la oriental le importaba muy poco ¿quién lo querría matar? y ¿por qué?
Ella estaba aturdida, seguía en la calle sin saber por qué, seguía buscando a ese tipo que la acababa de colgar el teléfono luego que ella le salvara la vida.
Ingrato lugar el de las mujeres heroicas pensó aunque tampoco sabía si ella era una mujer heroica, todo en este relato se torna dudoso y confuso.
Ella fue a buscarlo y lo encontró.
Él estaba en un bar con un vaso de whisky en la mano, a su lado había una chica, ella se interpuso entre los dos, lo tomó de la mano y se lo llevó hacia afuera, paró el primer taxi y lo subió a empujones. El estaba un poco borracho pero dejó que la chica tomara las decisiones. Se durmió en el taxi y soñó. Soñó que esa ciudad ya no era Rosario, que estaba en un taxi en la noche de otro país ¿Marruecos? ¿La Habana? ¿París?
No, era Rosario y de nuevo en ese pequeño departamento, ese cubículo que había estallado en llamas, ese dos ambientes con balcón a la calle, ¿qué piso era? ¿el de la canción de Sui Generis? ¿el de Mariel y el Capitán? o ¿el de la canción de Ceratti?
no importaban las canciones, todavía retumbaba en sus oídos la voz de Nacho Vegas
¿Cómo se hace para amar lo que quise despreciar ya una y mil veces?
Seré muy breve: te he perdido y esto duele.
No me perdiste ¡idiota! le dijo ella tratando de sacarlo de su borrachera, no se puede perder lo inevitable.
Otra vez la frase que lo transportó a otro momento no muy lejano, pero era como si en esa noche hubieran transcurrido meses y meses, como si en una noche se hubiera podido escapar y cruzar las fronteras de lo inevitable y ahí se dió cuenta qué era lo que le resultaba tan familiar. Entonces volvió su vista sobre la pantalla, con los ojos cansados, con los ojos irritados, clickeó y apareció la carpeta que decía: Proyectos inconclusos, volvió a clickear y se abrieron una serie de documentos. Los ordenó alfabéticamente, los recorrió con la mirada hasta que descubrió LAS FRONTERAS DE LO INEVITABLE. Lo tomó entre sus manos y lo abrió.

2 comentarios:

FRANCO ROSA dijo...

Me gusto!
Voy a leer los anteriores.

Saludos!

FRANCO ROSA dijo...

Me gusto!
Voy a leer los anteriores.

Saludos!