domingo, 2 de diciembre de 2012

FOREVER




Hay algo que está pero está afuera, hay algo que se insinúa pero no se ve ni se escucha. La sensación de que somos partícipes de un secreto, de que algo puede ser revelado pero solo si descubrimos las pistas podremos develar el secreto.
La foto es de 1962, podría ser una escena de La Caldera del Diablo, pero claro, quien se acuerda hoy de La Caldera del Diablo o de Peyton Place, es como hablar de un wincofon. Un wincofon del que seguramente salía la música con la que están bailando. El padre de la novia tiene mi edad hoy, pero yo parezco más joven que él. Mi abuelo siempre fue mi abuelo, con cara de abuelo, con pose de abuelo, con actitud de abuelo. Ella, la protagonista vestida de blanco esconde sus palabras, como un secreto gritado, no sabe, no imagina que esta foto se trasladará en el tiempo cincuenta años hasta el momento en que ni siquiera pueda recordar ese instante. Es como si la fotografía me dijera que ese tiempo está vivo, que hay una paradoja espacio temporal que permite que lo que allí sucede no deje de suceder nunca. El eterno retorno. Volver para volver a vivir, para evitar la muerte que siempre nos visitó en sus múltiples formas. Mis ojos se pasean por el espacio fotográfico en donde ellos están congelados pero en movimiento, lo recorre como un flâneur, buscando el gesto preciso, la mirada fuera de escena, fuera de cuadro, tratando de escuchar esa voz que apenas se intuye en una instantánea de 1962.
En esa foto hay amor pero también hay misterio, ninguno de los que allí están miran para el mismo lado, solo uno observa al fotógrafo, solo uno es consciente de la existencia de la cámara o quizás no sea la cámara, quizás sea un ser misterioso y amenzante y ellos cual personajes lynchianos hacen como que no lo ven salvo mi abuelo, porque él si sabe de ficciones, él si puede enfrentarse a los villanos, a los monstruos allende los mares o a cualquier amenaza futura. El quizás sea un espía inglés, un miembro de la masonería. Tal vez fuera un agente, como el 007 de Ian Fleming o el El espía que volvió del frío de Le Carre o simplemente nuestro hombre en Rosario que me llevó al encuentro de Graham Greene en la terraza del Asadito, de la misma manera que lo hizo con el tesoro del pirata Morgan. Pero mientras hacía de espía en el casamiento de su hija, ella y su marido se preparan para sus próximos cincuenta años juntos, sin saber lo que eso significa, sin poder pensar con anticipación que el dolor y la felicidad empiezan y terminan en el mismo momento. 

1 comentario:

Héctor dijo...

Me queda el recuerdo de Thelma con la misma expresión de esa foto. A pesar que yo la conocí exactamente 20 años después. Seguía siendo bellísima y nunca se le borraba esa expresión serena y dulce. Nunca la ví con gesto sombrío. Nunca la escuché levantar la voz. No me voy a olvidar jamás que alguna vez me abrió la puerta de su casa y que todavía sigue abierta